Por los nuevos círculos sociales concedidos, también por mantener los asentados.
Por darme alas para hallar libertad e independencia de forma improvisada.
Por enriquecerme en facetas que, quizá, estén innatas en mí pero precisan llaves maestras para ser expandidas.
Por regalarme salud, por regalarme vida sentida.
Por mantener instantes familiares tan valiosos que no hay expresión que lo describa.
Por aprender de mí mismo, redescubrirme y saber reinventarme a través de estrategias internas afloradas.
Por saber decir NO, de vez en cuando. Por seguir diciendo SÍ, incluso en momentos que no apetece.
Por mi eterna capacidad para aceptar y adaptarme, que no resignarme.
Por las innumerables sonrisas, por todas esas carcajadas y por el contenido emocional en cada lágrima.
Por cada conversación surgida, por la flexibilidad mental que muchas de ellas han otorgado.
Por no poder evitar ejercer la escucha activa de quienes me importan mucho y de quienes me importan un poco menos, incluso cuando me siento saturado.
Por hacerme ver la relevancia que sostiene ser consciente de los ritmos propios en diversos aspectos de mi vida y de mi personalidad.
Por leer más y con una más óptima calidad literaria. Por escribir todavía más y no controlar el impulso de mi estro.
Por cada vez que se me ha erizado la piel, se me ha producido un pellizco en el diafragma o me ha dado un escalofrío al recibir emociones que me han desbaratado a bien.
Por ser aún más contemplativo, por seguir abriendo los ojos a realidades que suelen pasar desapercibidas.
Por continuar con este espacio web, por cada historia que me encantaría conocer de los lectores que me brindan parte de su tiempo desde los cinco continentes e incluso en las famosas 'regiones desconocidas' que apuntan las estadísticas de audiencia de esta plataforma vinculante con todos ustedes.
Por ir en busca de la moderación vital, hasta en ser moderadamente moderado.
Por retarme, pero más por autosuperarme. Por caerme y volver a levantarme.
Por apreciar cada vez más la naturalidad y la naturaleza.
Por entender que 'aspirar la vida no conlleva aspirar siempre a más'.
Por fluir con la complicidad plena de vínculos sintiendo almas ajenas partes de la mía.
Por las relaciones que, tras años en letargo, han vuelto a mi vida mostrando una real intención de permanecer.
Por el espacio y ausencia de algunas personas al no ser el momento indicado de la historia de mi vida para tenerlas a mi vera. Por los que decidieron no estar ya más, o los que están a ratos.
Por el erotismo elegante y el creativo ¡por qué no!
Por esos vaivenes sentimentaloides, esas mareas que concluyen en anticiclones.
Por adquirir cierto manejo sobre cómo ralentizar el tiempo mediante intensidades y tranquilidad.
Por el factor suerte, el azar, lo que escapa de nuestro control.
Por mis cinco sentidos, y alguno más.
Por sentirme resolutivo ante una problemática del mundo más cotidiano.
Por gustarme a la hora de expresarme hablando. Por encantarme creando con la escritura.
Por el placer de sentir el Sol, la brisa y la lluvia. Por cada tonalidad y forma advertida en el horizonte.
Por lo que tengo y no necesito. Por lo que no tengo y necesito.
Por esos momentos de desAHOGO, y esos otros ahogaDOS.
Por vivir en el A·H·O·R·A: en la Autenticidad, la Honestidad, el Optimismo, el Respeto y la Ambivalencia.
Por los olvidos rememorados y sus instantes de lucidez.
Por comprender que la muerte es vida, igual que la vida es vida.
Por regresar a la infancia en mi irremediable adultez, y por sentir que aquel niño sintió muchas veces a este adulto.
Por la paciencia recaudada que tantas recompensas de las de verdad trae.
Por insistir mi mente a mi cuerpo diciéndole 'un poquito más' cuando éste se empeña en no responder.
Por contar gotas de lluvia cuando el estrés llama a la puerta cual niño contando ovejas para dormirse.
Por transformar los fríos y encogidos días en cálidos y abiertos de par en par.
Por 365 días que, en ocasiones, he sentido como un intervalo de tiempo infinito y, otras, como si se hubiese iniciado hace un minuto.
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sábado, 28 de diciembre de 2019
GRACIAS 2019
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Abel Jara Romero
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El barrio vallecano de la capital española es el patio en el que juego y curioseo desde niño: sus árboles me inyectan la sabiduría del tiempo; sus miradores, puentes y cuestas me acercan al cielo que me conecta con el universo; sus carriles bici me brindan el placer de sentirme un poco más libre; su gentío me interioriza lo maravillosa que es la diversidad; y mi existencia dejando rastro por sus calles es la certeza de que pertenezco a una sociedad que me aporta y a la que espero aportar. No obstante, mi alma no se limita a una región, ciudad, país o continente, pues ella pretende enriquecerse ahondando en cada ser vivo que protege nuestro hogar llamado Tierra.
No soy mi nombre, no soy mi físico, ni siquiera soy lo que creo ser. Ando buscando de puntillas descubrir quién verdaderamente soy, pero es que cada instante conforma un yo con sus sutilezas y complejidades.
jueves, 19 de diciembre de 2019
Exégesis
Serpenteante, escurridiza. Tenía ante mí una decisión que podía deslizarse al vacío en cualquier momento, entonces ya no sería más que una consecuencia por dudar. No había cabida para titubear, tan solo unos segundos para dar el paso hacia una opción u otra. Lo di.
Me persiguieron durante mucho tiempo las sombras del reproche ajeno. Las opiniones de algunos, por descartar la alternativa, se oían como mazos agarrados por personas con togas negras. La imposibilidad para comprobar la realidad apartada concedía apoyo a los críticos. Desconoceré siempre lo que habría ocurrido. 'Si hubiese decidido...' fue un bucle que se apoderó de mí, pero fue escaso a decir verdad.
Un cúmulo de secuencias con escenas heterogéneas fue mi remanso de seguridad. Aprendí creciendo con lo más incontrolado, con aquello que encendía todas mis alertas. Del mismo modo, agradecí valorando cada sorpresa, cada hecho que apagaba mis inseguridades. Hallé satisfacción cuando me di cuenta de lo que era, de lo que representaba como ser humano. Es muy probable que de haber ido por el otro sendero no hubiese sido ni peor ni mejor, que hubiese representado simplemente algo diferente. Pero la sensación de bienestar interno, mi calma, fue definitivo para saber con certeza no haberme equivocado.
La realidad puede interpretarse de variadas perspectivas, la historia de cada existencia improvisa.
Descárgate e imprime ya tu postal navideña de Escritor Sentimientos. |
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El barrio vallecano de la capital española es el patio en el que juego y curioseo desde niño: sus árboles me inyectan la sabiduría del tiempo; sus miradores, puentes y cuestas me acercan al cielo que me conecta con el universo; sus carriles bici me brindan el placer de sentirme un poco más libre; su gentío me interioriza lo maravillosa que es la diversidad; y mi existencia dejando rastro por sus calles es la certeza de que pertenezco a una sociedad que me aporta y a la que espero aportar. No obstante, mi alma no se limita a una región, ciudad, país o continente, pues ella pretende enriquecerse ahondando en cada ser vivo que protege nuestro hogar llamado Tierra.
No soy mi nombre, no soy mi físico, ni siquiera soy lo que creo ser. Ando buscando de puntillas descubrir quién verdaderamente soy, pero es que cada instante conforma un yo con sus sutilezas y complejidades.
miércoles, 11 de diciembre de 2019
Insepulto perpetuo
Soberbia, se le escurre la inmortalidad obviada. Esa trascendencia mediante palabras, mediante voces nunca pronunciadas. Esa entidad heredada en otros por los valores que representa como ser. Pues en su empeño de cerciorarse ser quien por definición no es, se convierte en su ingeniosa enemiga.
La vida es muerte, la muerte es vida. ¿Temes a la primera? Entonces, ¿por qué temer a la segunda?
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Abel Jara Romero
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El barrio vallecano de la capital española es el patio en el que juego y curioseo desde niño: sus árboles me inyectan la sabiduría del tiempo; sus miradores, puentes y cuestas me acercan al cielo que me conecta con el universo; sus carriles bici me brindan el placer de sentirme un poco más libre; su gentío me interioriza lo maravillosa que es la diversidad; y mi existencia dejando rastro por sus calles es la certeza de que pertenezco a una sociedad que me aporta y a la que espero aportar. No obstante, mi alma no se limita a una región, ciudad, país o continente, pues ella pretende enriquecerse ahondando en cada ser vivo que protege nuestro hogar llamado Tierra.
No soy mi nombre, no soy mi físico, ni siquiera soy lo que creo ser. Ando buscando de puntillas descubrir quién verdaderamente soy, pero es que cada instante conforma un yo con sus sutilezas y complejidades.
jueves, 5 de diciembre de 2019
Dactilóloga
Hablas en silencio, hablas sin hablar. Hablar sin voz es casi telepatía, comunicación dibujada con tu cuerpo, manos y caricias. Háblame, vuélveme a hablar. Pero calla, que la voz no se manifieste jamás. Sigue hablándome, tócame para hablar. Hablarme desde la calma es hablarme de paz. Continúa el diálogo, dialoga sin dialogar. Que dialogando como tú te expresas, es expresión corporal. Y con esa... con esa conversamos al besar.
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No soy mi nombre, no soy mi físico, ni siquiera soy lo que creo ser. Ando buscando de puntillas descubrir quién verdaderamente soy, pero es que cada instante conforma un yo con sus sutilezas y complejidades.
jueves, 28 de noviembre de 2019
Báculo
Él, su hijo, desde ese instante empezó a ser padre. Tenía que protegerla, acompañarla, pensar y hasta sentir por ella. Y ella, la madre convertida en hija, de vez en cuando le devolvía pedacitos de aquel pretérito abrazo. Con cada uno de ellos, ella le transmitía a él agradecimiento y el calor que un hijo precisa de su madre. O, quizá, el amor que un padre requiere de su hija.
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No soy mi nombre, no soy mi físico, ni siquiera soy lo que creo ser. Ando buscando de puntillas descubrir quién verdaderamente soy, pero es que cada instante conforma un yo con sus sutilezas y complejidades.
jueves, 21 de noviembre de 2019
Ambivalente
Tu presencia distanciada es heladez cálida, un abrazo constante sin presiones corporales. Conversar contigo, entre silencios que exploran a la reflexión más despreocupada, deriva en divagar en mí mismo alejándome del yo más consciente. Un sentir sin sentido en el cual investigo recovecos desconocidos que tú bien conoces.
Me haces ser el cobarde más valiente, el débil con la mayor fuerza existente. Potencias mis ganas en plena desidia, levantarme feroz ante cualquier zancadilla. Ser el dragón que vuela desde una silla, ser un ser que ni él mismo imagina. ¡Cuán grande será tu valía! Que hasta me cedes una inmensa parte de tu diminuta energía, la más potente jamás contraída.
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No soy mi nombre, no soy mi físico, ni siquiera soy lo que creo ser. Ando buscando de puntillas descubrir quién verdaderamente soy, pero es que cada instante conforma un yo con sus sutilezas y complejidades.
miércoles, 13 de noviembre de 2019
Café
Y crecemos. Y vivimos. Y sentimos, o dejamos de sentir...
Queriendo experimentar y probar nuevos sabores, nuevas experiencias y nuevas sensaciones, caemos en el adictivo café. Ese oscuro y amargo líquido que da también nuestra madre naturaleza. Es como una nueva realidad, un nuevo plano existencial. La palabra amor sigue conteniendo cuatro letras bellas y sonoras. Sin embargo, parece que ha mutado su significado como cuando un desapercibido gusano de seda metamorfosea para volar. No se sabe si esto de beber café en lugar de cacao puede considerarse volar, todo se vuelve relativo y personalizado. Si con el cacao todos sabíamos que era dulcemente doloroso, con el café de pronto vivimos en un universo repleto de sutiles pellizcos. Hay quienes sienten un manchado como suficiente riesgo, quizá por desconfianza o autoprotección. Quienes prefieren un cortado dándolo todo, pero con un as bajo la manga. Por último, están los que se atreven a rendirse a la dosis plena de café creyendo que puede ser el cacao del adulto... hay afortunados a los que les resulta así, pero otros tantos acaban tan obsesionados en hallar el café destinado a ellos que la vida se les consume sin haberlo probado.
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lunes, 4 de noviembre de 2019
Trigésima segunda poesía
"Energía fractal"
Los rayos retumban en el interior del cerebro,
relámpagos humanos recorriendo el cuerpo.
Destellos morados ramifican el buen veneno,
elixir disipado absorbido para crear nuevos.
Ruidosa nervadura principal la del corazón,
estruendo latente en el envés o parte inferior.
Retrona hacia el pecíolo vibrando como tambor,
su estípula revolotea el organismo sin contención.
Cristalizados copos de nieve los arbolados pulmones,
la pleura protectora se deshiela cuando en sí llueve.
Remos de madera congelada los bronquiolos verdes,
susurran a los creativos alveolos un verso breve.
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El barrio vallecano de la capital española es el patio en el que juego y curioseo desde niño: sus árboles me inyectan la sabiduría del tiempo; sus miradores, puentes y cuestas me acercan al cielo que me conecta con el universo; sus carriles bici me brindan el placer de sentirme un poco más libre; su gentío me interioriza lo maravillosa que es la diversidad; y mi existencia dejando rastro por sus calles es la certeza de que pertenezco a una sociedad que me aporta y a la que espero aportar. No obstante, mi alma no se limita a una región, ciudad, país o continente, pues ella pretende enriquecerse ahondando en cada ser vivo que protege nuestro hogar llamado Tierra.
No soy mi nombre, no soy mi físico, ni siquiera soy lo que creo ser. Ando buscando de puntillas descubrir quién verdaderamente soy, pero es que cada instante conforma un yo con sus sutilezas y complejidades.
miércoles, 30 de octubre de 2019
Ladridos
Saúl, el vecino más próximo cuya actitud era de eterna prevención con todo, se quedó la noche de ese jueves sin la compañía de su mujer e hijos. Ella tenía una cena de empresa en la que se había propuesto llevar a los pequeños, llegarían por la mañana. Saúl, por su parte, vio una oportunidad para expandirse en su propia casa. Hacía tantos años que no tenía tal privilegio, que las humildes paredes de pronto se le hicieron toda una mansión. Encendió la chimenea, se sentó frente a ella sobre una alfombra de pelito color burdeos, y adoptó una postura totalmente de yoga. Mientras tanto, fuera la oscuridad plena se despistaba tan solo por aquella intermitente luminosidad encerrada.
Estar cerca del fuego empezaba a ser insuficiente, la brisa fría que entraba por la rendija abierta de la ventana provocaba que el vaho de Saúl fuese visible. Acurrucándose con sus propios brazos, se acercó a la apertura apartando previamente la cortina de encaje. A la par que se aislaba de la heladez exterior, un ladrido atrajo su mirada a la luz tenue y entrecortada de la casa a evitar. En el preciso instante que sus ojos se tornaron hacia el interior de su propiedad, se produjo un segundo ladrido que le impulsó a volver a mirar. Quiso entonces, con cierto pulso acelerado pese a permanecer en su casa, fijarse en si intuía movimiento alguno. Nada, ni una leve sombra. Los minutos que duraron tal contemplación no volvió a escucharse un solo ladrido. No hasta que se dispuso a quitar su mirada del aparente hogar inhabitado. Esta vez fueron ladridos continuos, lo fueron porque su reacción instintiva ya no fue la de volver a observar, sino que se apartó asustado tropezando con la silla de madera que tenía detrás y dejando a la cortina hacer su labor de opacidad visual. Los golpes en su pecho se incrementaron y lo devolvieron a su alfombra. Se propuso dejarlo estar, en algún momento cesarían los ladridos. No fue así, pero él tenía la sensación de poder acabar con tal molesto ruido. Sólo tendría que volver a mirar. Se acercó a la cortina, los ladridos persistían. Su mano, lentamente, cogía el borde de la cortina. Dudoso, envuelto en pánico, pensó por última vez si no sería mejor opción seguir escuchando aquellos ladridos. Lo habría sido... Cuando deslizó la cortina y se reflejó en sus ojos la casa, la ausencia de aquellos ladridos le paralizó por completo durante toda una hora. Las piernas empezaban a flojear y quiso comprobar si, sin desviar la mirada, el moverse intervendría de algún modo. No pasó nada, sus ojos seguían allí clavados. A tientas, arrastró la silla que tenía a sus espaldas y, rotándola, pudo sentarse convirtiéndose en la estática imagen de un anciano aferrado al cristal desde el que ver la vida pasar. El cansancio, la noche oscura, el ambiente ya cálido del hogar y, sobre todo, la ausencia de ruidos, hizo mella en Saúl aportando peso en sus párpados. Estaba apunto de pegar una primera cabezada cuando le desveló de nuevo un gruñido lejano pero intenso. Otra vez silencio.
Por la mañana, al entrar su mujer e hijos, le vieron allí sentado como si estuviese en una clase avanzada de yoga. Sobre la alfombra burdeos.
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No soy mi nombre, no soy mi físico, ni siquiera soy lo que creo ser. Ando buscando de puntillas descubrir quién verdaderamente soy, pero es que cada instante conforma un yo con sus sutilezas y complejidades.
miércoles, 23 de octubre de 2019
Casi perfecta
Atrevida, da el paso hacia el mundo. Inconexa, llamada por la libertad, se proyecta atravesando las primeras capas de brisa. Empujada por el viento, vuela rápida. Es tan veloz que se cuela entre las partículas de dos pequeños vidrios. Adjudicándose la solidez, continúa su vuelo hasta un mármol frío. Jamás se deshidrata, pero ella anda y anda. Transforma la frialdad en calidez, varía su temperatura a sus anchas. Se divide y se unifica, es sencillez y complejidad. Su astucia en alerta, su calma en un infinito letargo. Activa, sigue volando. Sube una azul montaña nevada, incansable. No se escurre, pisa con firmeza. En la cima, vanidosa, no cesa su descabellado ritmo. Como una partitura melódica confusa, es guitarra, tambores y piano. Salta y brinca hasta atrapar un árbol. Se desliza suave, por las hojas, bebiendo de ellas sin sentir sed. Baila dibujando acrobacias en el aire, brilla a tal grado que nadie logra captarla. Descansa humilde en un tejado, lo hace por experimentarlo. Escala por una antena, para ella es fácil modificar su tamaño. Igual que es punto también es mundo, así alcanza el más inabordable espacio. Sin embargo, sí tiene limitaciones: no conoce lo que nunca fue visto. Por ello, ahora sólo llega al blanco cielo. Por esto, como la mayoría, lo sideral es para ella desconocido.
Así es una mirada, así fue esa mirada.
Así es una mirada, así fue esa mirada.
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martes, 15 de octubre de 2019
Tic-Tac
Tedioso sonido, amarga sensación al escucharlo. Rebotando entre las paredes de mi oscuro cuarto, vibrando con sus ondas como un dardo clavado. Maldigo ese ruido endemoniado, me enredo en mí mismo para callarlo. Es inútil, me invade por todos lados. Me ha poseído, parece sonar desde el mismo cerebro. El cráneo se ha convertido en la cúpula protectora, las neuronas en el resorte que se divierte sonando. Deseo llegar a su péndulo, me convenzo en que he de hacerlo. La constancia produce un estresante estado, la rabia me rinde a hacerme daño. Me araño los ojos, hurgo en las profundas cavidades nasales. Quiero tocar las manecillas, necesito arrancarlas con mis manos. Me miro al espejo, me observo sangrado. Herido, reflexionando, me pregunto cómo la ausencia cala en mí tanto. Me doy cuenta, tras mi reflejo, de lo que ha pasado: el reloj se ha parado.
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miércoles, 2 de octubre de 2019
Lucha y Supervivencia
Qué bello es octubre soleado, más hermoso resulta descubriendo lo inesperado. Un graffiti, una pintura cerca de un tejado. Esto es pasear por Madrid sin prisa, con los ojos destapados. Trasladando al ser hacia lo más primitivo, regresando a tiempos para algunos olvidados. Ciclo de la vida es vivir luchando, sobrevivir con astucia o morir acribillado. Un jamelgo siendo acorralado, en peligro su elegancia por las fauces de su propio villano. Imagina su destino, cabalgando libre o siendo devorado. A mí, desde luego, su compañía me ha brindado, a galope hasta casa vivos hemos llegado.
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Abel Jara Romero
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lunes, 30 de septiembre de 2019
El Contemplador
En una tarde soleada donde los rayos acariciaban el rostro de Gael, éste permitía dejarse poseer por la actitud más aventurera en la que renacía la parte de sí cuya disposición no era otra que la de deambular dejándose ser el receptor más absoluto de la vida a través de cada uno de sus cinco sentidos.
Al salir del portal de su casa su diafragma se contrajo, para relajarse plácidamente después, gracias a la respiración profunda que acompañaba su cerrar de ojos más instintivo por la libertad que tanto valor le daba al contacto con la calle. Podía ser consciente perfectamente del recorrido que realizaba el oxígeno en su organismo, inundando sus pulmones para sumergirse en sus conductos sanguíneos otorgando a todo su cuerpo un porcentaje del mismo. El instante previo más inmediato a abrir los ojos y ponerse en marcha, los músculos de su cara le concedieron la sonrisa cerrada pero amplia como premio corpóreo tras sentir el oxigenar de su cerebro. Cuando esto sucedía en Gael una certeza se formaba en él: no sabía lo que le deparaban los próximos minutos, ni siquiera hacia dónde se dirigiría, pero era obvia la sensación de calma y seguridad sobre sí mismo.
Justo antes de iniciar a deslizarse sin rumbo, no se olvidaba de saludar con la mirada y una medio sonrisa ladeada al robusto árbol que salvaguardaba con su altura desde tiempos inmemoriales las ventanas de su hogar. Con sus hojas repletas de vértices y del color del cobre mezclado con el verde esmeralda brillando con el reflejo del sol, aquel imponente ser estático le parecía entregar un buen paseo aleteando sus ramas con el consecuente movimiento de aquellas hojas picudas como si innumerables manos le saludaran.
Miraba la textura de los diferentes suelos urbanos, pero también de los más naturales terrenos. Sin embargo, un pensamiento le arrasó abruptamente y Gael, sin poner limitaciones a todo lo que en sí se solicitaba, accedía a no mirar esta vez por debajo de la línea invisible que dibujaba la altura a la que se encontraban sus ojos. Supo que aquello le había surgido por algún artículo leído en el que se transmitía que mirar hacia abajo denota cuanto menos reflexión o desánimo, mientras que hacerlo con tendencia hacia el cielo solía ser signo de positivismo y seguridad. No obstante, Gael no se caracterizaba por una personalidad altiva y eso lo sabía bien, por lo que, aunque cumpliría tal propuesta personal, en su interior era sabedor de que su mirada se sostendría más cerca de la línea que de la inmensidad celestial. Del mismo modo, se conocía más que suficiente como para reconocerse no poder escapar de la magia que hallaba en aquel mar de nubes, por lo que estaba asegurado el vaivén de sus ojos y cuello.
Durante el transcurso de su paseo, la primera persona que llamó su atención como para ralentizar su ritmo fue un menesteroso al que solían llamar por las calles el indigente del carro. Era verdad que aquel carrito de la compra había desarrollado la capacidad de hablar para rogar un arreglo y un necesario aseo. Pero también le agradecía con emoción a su dueño el permanecer a su lado sin ser despreciado por sus apariencias, aunque bien es cierto que éste no podría reprochárselas si observaba sus vestiduras. La varillas del bolso con ruedas podían pinchar a cualquiera que le rozase por estar fuera de su lugar. A Gael le poseyó una escena violenta en la que el encorvado hombre precisaba defensa y usaba a su amigo incansable ensangrentando la peligrosa varilla. Gael se dio cuenta que no quería nada desagradable en su mente y pronto transformó la sangre en el zumo de una sandía que se le habría escurrido al hombre bañando por completo a su acompañante eterno. Quizá no era un baño, quizá era un trago callejero. Quizá, mientras el hombre bebía de la botella que sujetaba en su mano izquierda, el carro parlanchín bebía el néctar de la sandía recaudando vitaminas que le ayudasen a seguir con vida al lado del barbudo.
Más adelante, cerca de una especie de estanque con su propia fuente escupiendo a las estrellas, Gael retuvo el jugar de unos ancianos a la petanca. ¿Que la vida se apaga cuando se acerca la vejez? Quien dijese eso no había visto en sus días el movimiento de caderas tan ligero, que superaban de largo el medio siglo, para recoger las bolas del suelo como el viento hace levitar el polvo en el ambiente. Los brazos de aquellos ancianos rotaban y se balanceaban con la misma facilidad que un columpio mece a un niño. Hablando de niños, no muy lejos de aquellas olímpicas personas canosas, se vislumbraba el contraste materializado del tiempo: por un lado estos activos abuelos y, a escasos metros, lo que serían algunos de los nietos empeñados en ensuciarse entre risas y alboroto.
Cuando, sin darse cuenta, Gael se vio acercándose de nuevo a la realidad de su casa, se cruzaba a su lado una muchacha joven, con el pelo rizado y de piel mulata, esbozando una sonrisa tras mantenerle la mirada durante los segundos congelados que alteraron el ritmo cardíaco de su corazón. No quiso girar su cuello, no supo si ella lo habría hecho, en lugar de eso le siguió la mirada pasando de normal a con el rabillo del ojo. Se habían saludado con una tímida reverencia girando el cuello sutilmente, ello produjo la sonrisa cómplice que ambos se regalaron.
Los ladrillos rojizos de su edificio, algunos con su nombre escrito en ellos, recibieron al intrépido contemplador de submundos mientras él cruzaba el umbral de su fortaleza contemporánea dispuesto a afrontar rutinas demasiado densas en ocasiones. Una densidad que se había derretido un poco gracias al recurso de la contemplación.
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El barrio vallecano de la capital española es el patio en el que juego y curioseo desde niño: sus árboles me inyectan la sabiduría del tiempo; sus miradores, puentes y cuestas me acercan al cielo que me conecta con el universo; sus carriles bici me brindan el placer de sentirme un poco más libre; su gentío me interioriza lo maravillosa que es la diversidad; y mi existencia dejando rastro por sus calles es la certeza de que pertenezco a una sociedad que me aporta y a la que espero aportar. No obstante, mi alma no se limita a una región, ciudad, país o continente, pues ella pretende enriquecerse ahondando en cada ser vivo que protege nuestro hogar llamado Tierra.
No soy mi nombre, no soy mi físico, ni siquiera soy lo que creo ser. Ando buscando de puntillas descubrir quién verdaderamente soy, pero es que cada instante conforma un yo con sus sutilezas y complejidades.
viernes, 15 de marzo de 2019
Microrrelato erótico (XVI)
Tus dedos fijaron la mirada en el olor de mi piel. Los míos, al entrelazarse con los tuyos, enviaron un pelotón de heraldos para solicitar permiso que concediese clavar las uñas en más zonas de tu arenosa y fina dermis. La rojez en nuestros cuerpos excitaban a la excitación respirada. La cristalina agua brotada por tus poros se bebían mis ansias de hacerte sudar. Y en el frenesí de mi arrogancia, un quejido robado jadeaba desde el alma un vicioso pero tierno orgasmo que creó mi adicción a ti para siempre.
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Abel Jara Romero
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El barrio vallecano de la capital española es el patio en el que juego y curioseo desde niño: sus árboles me inyectan la sabiduría del tiempo; sus miradores, puentes y cuestas me acercan al cielo que me conecta con el universo; sus carriles bici me brindan el placer de sentirme un poco más libre; su gentío me interioriza lo maravillosa que es la diversidad; y mi existencia dejando rastro por sus calles es la certeza de que pertenezco a una sociedad que me aporta y a la que espero aportar. No obstante, mi alma no se limita a una región, ciudad, país o continente, pues ella pretende enriquecerse ahondando en cada ser vivo que protege nuestro hogar llamado Tierra.
No soy mi nombre, no soy mi físico, ni siquiera soy lo que creo ser. Ando buscando de puntillas descubrir quién verdaderamente soy, pero es que cada instante conforma un yo con sus sutilezas y complejidades.
martes, 19 de febrero de 2019
Aspirar
Huelo el aceite quemado fundiéndose con la cena y adivino de inmediato de lo que se trata, una comida típica de la dieta mediterránea en los hogares y casa más mundanas. Vivo con intensidad este preciso instante; es un privilegio oler, salivar y degustar disfrutando tan solo con el placer del sentido olfativo. Me abstraigo de las imágenes tras cerrar los ojos flotando en tal experiencia, la ausencia de visión incrementa de los olores sutilezas. El oído me transporta al burbujeo de la salsa que en el fuego canturrea, sinfonía perfecta acompañando a la nasal certeza. Inmerso en la sublime cata de partículas en el aire, toda sensación de texturas desaparece de mi mente. Sin embargo, en la vida plenitud total pocas veces se adquiere y el oído aferrado al olfato interfiere.
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El barrio vallecano de la capital española es el patio en el que juego y curioseo desde niño: sus árboles me inyectan la sabiduría del tiempo; sus miradores, puentes y cuestas me acercan al cielo que me conecta con el universo; sus carriles bici me brindan el placer de sentirme un poco más libre; su gentío me interioriza lo maravillosa que es la diversidad; y mi existencia dejando rastro por sus calles es la certeza de que pertenezco a una sociedad que me aporta y a la que espero aportar. No obstante, mi alma no se limita a una región, ciudad, país o continente, pues ella pretende enriquecerse ahondando en cada ser vivo que protege nuestro hogar llamado Tierra.
No soy mi nombre, no soy mi físico, ni siquiera soy lo que creo ser. Ando buscando de puntillas descubrir quién verdaderamente soy, pero es que cada instante conforma un yo con sus sutilezas y complejidades.
lunes, 18 de febrero de 2019
Suicida inmortal
Frondosa mirada enmudecida por las lágrimas, recoge su alma en el baúl de la recóndita esencia que aún no completa su interior. Sola frente a un universo introspectivo que le provoca sentirse sola hasta por su propia soledad. Un bucle en el que ha permanecido y parece ya confortable por la ausencia de anhelos, objetivos y lazos. Su vida es un juego eterno en el cual siempre pierde y ese es su premio con el que se regocija para continuar perdiendo. A veces la pérdida le sabe a poco y degusta con esmero el placer de hacerse sufrir, así se incrementa el sentimiento que le desespera por no ser nunca pleno de dolor. La nada y la muerte le dan la espalda de tan enrevesada y oscura creación. Una existencia con morfología humana tan solo en exterior.
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El barrio vallecano de la capital española es el patio en el que juego y curioseo desde niño: sus árboles me inyectan la sabiduría del tiempo; sus miradores, puentes y cuestas me acercan al cielo que me conecta con el universo; sus carriles bici me brindan el placer de sentirme un poco más libre; su gentío me interioriza lo maravillosa que es la diversidad; y mi existencia dejando rastro por sus calles es la certeza de que pertenezco a una sociedad que me aporta y a la que espero aportar. No obstante, mi alma no se limita a una región, ciudad, país o continente, pues ella pretende enriquecerse ahondando en cada ser vivo que protege nuestro hogar llamado Tierra.
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