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jueves, 27 de octubre de 2016

Haiku 1

Vive, siente, fluye,
déjate ser,
sin trajes ni máscaras.


domingo, 5 de junio de 2016

Microrrelato erótico (XIV)

Con la ciudad bajo mis pies, la embestía contra el ventanal de aquella suite de mi hotel favorito de la capital española. Las vistas eran hermosas, obviando las que todos hubiesen contemplado en un instante de pasión tierna. Yo no, yo sólo podía observarla a ella. A su espalda. A sus glúteos agitándose. Al reflejo de sus pechos aplastados contra el frío cristal. A su cuello forzado hacia atrás para no perderse cada uno de mis rasgos faciales al penetrarla. 
Dándose la vuelta tras una sutil orden mediante unos toques en sus caderas, la senté en el filo de la infinita cama para profundizar en su ser. No quiso mirarme al principio, cuando lo hizo no pude evitar culminar por primera vez. Vaya mirada, qué ferocidad tan bien llevada al terreno más erótico-hermoso. Su lengua relamía sus dientes, exenta de cualquier halo de vergüenza ingería el manjar brotado de mi interior. 
Sus senos deslizaban mi falo provocando que volviese la máxima dureza a él. Una vez conseguida su meta, me la agarró con firmeza y volví a sentir la calidez de su interior corporal. Esta vez ella llevaba el control, yo tan sólo sostenía su cintura siguiendo el ritmo que ella marcaba. Su sudor se deslizaba hasta mezclarse con el mío. Sus leves gemidos iban directos a mi oído derecho por sus intentos incontrolados de querer morderme el cuello. Las convulsiones exóticas de sus piernas mostraban el goce de haber dado con el punto adecuado para transportarla al clímax que jamás había experimentado. Ahí fue cuando le exigí mayor velocidad. Ella controlaba el volante, yo imponía las normas de tráfico. Sin poder ser consciente, sus uñas se clavaron en mi pecho y sus dientes se clavaban en mis labios. Las contracciones de sus paredes vaginales me advirtieron del buen trabajo en equipo que hacíamos.
Por un instante, una mirada mutua nos invitó al descanso. La juventud y la lujuria recaudó mayor poder en nosotros. Sus piernas se abrieron, su flexibilidad tomaba partido entonces. Sus pies rodeaban mi espalda. Con un leve empujón tras una tímida petición de permiso, me llevaba a viajar por su sabor más prohibido. Esta vez yo era el que clavaba miradas en sus ojos desde aquel lugar húmedo. Ella era el mar donde yo buceaba, yo su hambriento tiburón.
El reloj nos distrajo con su inoportuno sonido horrendo. Hacía cuatro horas y media que todo había empezado impulsivamente. No sabíamos cómo parar esa fogosidad. Todo era insaciable. Cuanto más nos dábamos, más nos queríamos dar. Los propios cuerpos nos obligaban a parar, gracias que tienen un límite. Gracias, mi amor, por exteriorizar conmigo tu sexualidad.


viernes, 11 de marzo de 2016

Ensimismado

Adoro el olor particular de la cascada de tu cabellera que se balancea con el soplo del viento. Ese vaivén que fluye, desprendiendo un aroma envolvente, cuando las astillas de mis manos interrumpen mi sinfonía muda preferida. Existen muchos tipos de cascadas, unas con mayor caída que otras, pero el encanto de la tuya me eleva donde el paraíso se queda relegado a ser casi un infierno.
Estupefacción por las cuevas habitadas de tu rostro. Seres exclusivos las decoran con sus antorchas, a distinta intensidad. Mi mirada desconocía la belleza de tales formaciones exóticas salvaguardándose bajo el calor de unas cejas inquietas. Cuando echan el cierre, con sus lonas carnales, mi imaginación se deja llevar pensando en las posibles retransmisiones que estarán creando los sueños en tu oscuridad más íntima. ¿Cómo vivirás esos instantes? ¿Cómo te sentirás cuando permaneces en la transición entre realidad común y realidad personal? Ese misterio crea en mí un sin vivir por ser consciente de que jamás podré conocer ese mundo interno tuyo, incluso si te decidieses a describírmelo. Así que, entre frustración y frustración, mis pupilas se dilatan para contemplar con el máximo detalle los pliegues de esas lonas. Unas lonas que me envían señales de ese mundo tuyo, unas lonas que se mueven como si un terremoto hubiese tomado el control de tu oscuridad. Yo me inquieto entonces, deseo con lo más profundo de mi ser estar observando un mero parpadeo y que por favor no sea un acto involuntario producido por una pesadilla que te lo esté haciendo pasar mal. Cuando el sol vuelve a iluminar los filamentos de tus retinas, me rindo a la complejidad del mecanismo de esas lonas. Son incesantes, es como si quisieran arrebatarme las maravillosas vistas que esconden tras de sí. Cada pocos segundos te obligan a ocultarme el interior, cada pocos segundos tengo que reiniciar mi búsqueda en la transparencia de tus ojos.
Sobrevolar el relieve de tus labios, acercarme a ellos y configurar cada peldaño que contienen. Diferenciar la arquitectura que se adentra por la pendiente hacia tus afilados dientes, frente a la gama de tonalidades que descubre ante mí el contorno labial cuyas minuciosas capas se acaban mezclando con el color de tu rostro. Poseer el privilegio de palpar cada ápice de esa estructura tan delicada pero resistente. Acariciar tu irresistible arco de cupido cuya hermosa asignación es tan desconocida para muchos como parte de la anatomía labial. Besarte rodeando las comisuras que tanta energía me proporcionan cuando dibujan en ti una sonrisa. Recorrer su superficie una y otra vez, potencia mi felicidad y calma mis inseguridades. No los quiero lejos de mí, quiero beber tus labios todos los días.
Sonrojarte con un roce en él, en la curva que separa tu cabeza de tus hombros. Erizarte con un sutil contacto, cuanto más sutil más puntiaguda se muestra tu piel. Tentarte, permitirte un baile entre orejas mientras mis besos propician reacciones insólitas. Es el instante, el momento idóneo para traspasar la frontera. Atrás queda lo somero, ahora mis intenciones van más allá. Voy a seguir contemplando, palpando y descubriendo, pero nada físico. Deseo cada recoveco de tu corazón, de tu alma, quiero transformar en tangible aquello que en lo más profundo de tu ser parece etéreo. Gracias por darme tu consentimiento y abrir en canal tu yo más espiritual.


jueves, 11 de febrero de 2016

Vigésima sexta poesía

"Paraíso"

Oculto bajo mi sombra
sirviendo al oscuro amanecer.
Vacía mi conciencia, todo me sobra,
no puedo más que envejecer.

Sin ganas, deshecho y derrotado
siento en mis entrañas la negrura.
Mi alma desgarrada torturando
con violencia en su empuñadura.

¿Para qué permanecer aferrado
si en mi interior el universo es hostil?
El sin sentido me ha devorado,
conmigo yo ya no quiero vivir.



domingo, 31 de enero de 2016

Cinco años

"El tiempo transcurre pero los sentimientos permanecen; gracias por un período de cinco años iniciadores de una eternidad cargada de sensaciones".

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PODER NO DEPENDE DE NUESTRA CONDICIÓN FÍSICA O DE LO QUE NOS RODEA, PODER DEPENDE DE LA DISPOSICIÓN INTERNA DE CADA UNO. Y YO, ¡PUEDO!
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