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lunes, 13 de agosto de 2018

Relatos de amor (I)



La llave acuosa


     El agua de su sonrisa emanaba empatía fluyendo hasta las corrientes de mi río interno. Su cuerpo reaccionaba, contra todo pronóstico, ante mi presencia absurda. Sin saber cómo reaccionar ni qué hacer, cerré los ojos y respiré profundamente mientras escuchaba el vaivén de su pelo al viento. El tacto de sus manos se fundió con mi rostro y, en un intento de mezclarme con el sabor de sus labios, éstos juguetearon con mis comisuras. Un leve distanciamiento conectaba entonces a nuestra desnudez visual. Durante esos minutos, con la mayor intensidad y sensualidad que había vivido nunca, la realidad dejó de existir para dejar paso a la utopía más perfecta jamás imaginada. Sabía que pronto tendría que cruzar de nuevo el umbral del universo de las barreras, pero me propuse alargar ese regalo todo lo que ella me permitiese. No pensaba apartar la mirada, cada vez ahondaba más en su alma. Una lágrima se bebió una línea hermosa de su cara y sentí agarrar con fuerza la llave hacia el núcleo de su ser. Nunca había entrado tanto en alguien, nunca nadie se había entregado tanto a mí.

     Ayer volví a verle, tan luminosa con su caminar y su contoneo natural. Buscaba otra excursión hacia nuestro mundo único, perseguí su mirada sin cesar. Ignorante de los recursos de la seducción y el coqueteo, tardé en percibir que esta vez la magia creaba sus portales a través de la risa. Lo más tonto le hacía gracia, cualquier gesto reinventaba sonrisas. Qué sonido más bello el de su carcajada, qué melodía tan linda la de sus ojos achinándose componiendo una concordancia divina en su semblante. Mientras creábamos más motivos para reír, intentaba disparar mi carrete fotográfico interno para conservar la interminable colección de formaciones en su reflejo corpóreo del alma. Pero allí brotó de nuevo desvaneciendo a mi fotógrafo mental, su ojo izquierdo derramaba el cristal salado irradiando una brillantez acorde a su buen estado de humor. Mediante la risa también me colaba en el epicentro de su esencia. No me hacía falta reconstruir al fotógrafo, sólo necesitaba disfrutar y cuidar ese viaje a nuestra burbuja.

     Me marcaron tanto aquellas dos citas, que en sueños tuvimos una tercera. En un abrazo furtivo, donde lo emotivo y físico parecía que iba a ser la clave, un susurro me produjo el escalofrío más maravilloso jamás sentido. Como no podía ser de otro modo, me volvió a sorprender. Cuando parecía que el método era la búsqueda del recurso adecuado para abrir la puerta de su cerradura mediante la caída de una lágrima suya y que ésta nos transportase a nuestro vínculo, de pronto las tornas cambiaron. Con aquel cosquilleo recorriendo mi columna vertebral y sintiendo su aliento en mi oído, un sentimiento imposible de describir desbarató mi raciocinio siendo devorado por las emociones que tomaban el mando de mi ser. Una gota de mi ojo se escapó a su cuello. Esta vez fue ella quien luchó por no salir de allí, fue ella quien hizo que me estremeciese cada segundo para descubrir cada recoveco de ese otro lugar nuestro alejado de lo existencial.
Cuando desperté y miré el móvil para ver la hora, tenía un mensaje suyo diciéndome que acababa de soñar conmigo.

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