Por otro lado, está la forma de vida del hedonista: ese que se focaliza en construir un entorno favorable, placentero. Su misión existencial suele interiorizarse como la intención de llegar a la plenitud mediante la confortabilidad. Como sucede en el caso de la austeridad, ambas opciones coinciden en que no se limitan a lo material. En el hedonismo sentimental la comodidad se halla en alejarse de las dificultades cuando estas hacen acto de presencia. ¿Para qué gastar energía en algo que no va con nosotros? ¿Por qué implicarse teniendo alternativas menos peligrosas para nuestra mente? En ocasiones, puede ser positivo para ejercitar distanciarse del excesivo apego hacia algo o alguien.
Fluyendo con mi criterio de la moderación, considero que el punto de encuentro medio entre estas dos vertientes empíricas es lo óptimo para aventurarse a tomar decisiones, o no tomarlas, en el amplio abanico de percepciones que nos rodean en este mundo donde, a veces, se llega a convencer que tan solo existe la realidad de nuestros ojos. Creo que en ese estado moderado es donde se puede sopesar mejor porque sería irreal decantarse tanto por la austeridad absoluta como por el hedonismo absoluto. En el primer caso, habría carencias que afectarían directamente no sólo a la calidad de vida sino, también, a la salud fisiológica (sin algo tan básico como un hogar, por ejemplo, hay bastante probabilidad de que esta se vea resentida). Respecto al segundo caso, el excesivo apego al hedonismo evitaría la posibilidad de ejercitar ese distanciamiento hacia el propio apego desmesurado.
Ni mucha austeridad para tan poco hedonismo, ni muy hedonista ignorante de los privilegios de conocer un poco de austeridad. Experimentar para filtrar y, desde ahí, la autenticidad para ser.