Es cierto que, para muchas personas podrá resultar un capricho innecesario e incluso para otras muchas una estupidez sin sentido en la que gastar el dinero, pero para mí es mucho más. Para mí, coleccionar estilográficas es un símbolo especial consecuente de varios hermosos e increíbles sentimientos.
Junto a la primera pluma que me regalaron el día de mi cumpleaños el año pasado viví, justo un día después -el
30 de junio del 2012-, la mejor experiencia hasta el momento: la primera presentación de mi primer libro publicado. Esto me hizo especial ilusión pues se convirtió inesperadamente en un objeto simbólico representando mi amor por la escritura y por todo lo relacionado con las palabras. Para colmo, las navidades del 2012-2013, las pasadas, me regalaron un expositor de plumas con capacidad para veinte y esto aumentó aún más en mí el interés por ellas.
Recientemente, me han regalado o ha llegado a mis manos la estilográfica que más cariño tendré siempre. Y es que se trata de una de las plumas conservadas por mi abuelo, ese hombre increíble que eternamente idolatraré y recordaré. Cada objeto, cada foto, cada situación que me lleva a descubrir o recordar cosas concretas de él, son pedacitos que hacen su pérdida menos pérdida. Sé que no volveré a hablar con él, o quizás sí, nunca se sabe -aunque la mayoría sabéis que soy bastante escéptico-, pero es bonito estar rodeado de pequeños pero grandes detalles que me hacen tenerle muy presente.
Son dos ya las estilográficas que se posan en el expositor, faltan dieciocho. Y sé que con cada una de las que vengan, al igual que con esas dos, sentiré o recordaré algún sentimiento que valga la pena fusionarlo con ellas.