Sus senos rozaban levemente la rigidez de aquello. Las manos, sin embargo, lo palpaban directamente con firmeza y seguridad. Sus dedos viajaban sin destino previo de arriba a abajo rodeándolo y aportándole calor. A veces, incluso se resbalaban ligeramente. Ella estaba acostumbrada a hacerlo diariamente, en ocasiones, hasta más de dos en un mismo día. Lo agitaba de un lado a otro, jugueteaba con él aprovechando que nadie la veía. Pero el clímax se producía cuando llegaba el momento de la penetración en su abertura correspondiente. Entonces, la zona más frágil era encarcelada en el lugar indicado para expulsar toda la retención de líquido que contenía. Era en ese preciso momento cuando ella más desahogo sentía, realizaba fuerza poniendo sus músculos en tensión para después dejarlos totalmente relajados.
Pero también se daban situaciones accidentales que le gustaban menos. Ella siempre ponía empeño para evitarlas pero la torpeza se manifestaba algunos días. Algunas gotas del jugo salpicaban fuera de donde nunca deberían salir. Ella se molestaba, se enfadaba y todo terminaba. Habría que esperar al día siguiente para volver a vivir aquello. Y así era, no fallaba. Al amanecer, incluso antes de desayunar, ella se disponía a agarrar de nuevo su herramienta doméstica favorita, el palo de la fregona.
Abel Jara Romero.