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miércoles, 16 de junio de 2021

¿Somos fragmentarios o fractales?


Cuando me pongo intensito, a colación de la formación más espiritual o abstracta del ser humano, relaciono y aglutino no imaginas cuantísimos elementos, ideas, sentimientos y conocimientos. Y es lo más apropiado, desde luego, pues la vasta complejidad que deriva en ser humano no deja otra opción que la de ser creativos a la hora de reflexionar o construir hipótesis sobre qué somos y qué contiene cada grano que nos conforma.

A veces nos pienso como una esfera, en origen. Una esfera de energía transformada de un acontecimiento o existencia pretérita. Esa esfera sería el alma y su material corpóreo sería la manifestación única de proyectar la perfección imperfecta desde la cual deriva todo lo demás: en cuerpo y en espíritu improvisadores. A partir de ahí, en el vientre materno y por la intervención inapelable de esa otra vida, se inicia según mi visión nuestra fractalidad. Nos ramificamos por fuera, en miembros como brazos y piernas que se abren en dedos; y nos ramificamos o fractamos también por dentro, con interpretaciones del amor o del odio como ejemplos genéricos frente a interpretaciones más sutiles. Y lo maravilloso de ello es que cada fractal es fiel a esa prístina esfera, por lo que por mucho que en apariencia podamos detectar como semejante en otros individuos cercanos, en realidad contiene diversidad exclusiva esperando su sentido de ser así y no de otro modo. Cuando somos adultos, incluso siendo aún jóvenes, son tantos los fractales acumulados en toda nuestra conciencia e inconsciencia, en toda nuestra piel y huesos, que el bello caos resultante dignifica la labor del principio existencial.

¿Dónde siento yo la distinción frente a vernos como seres fragmentarios? Pues en quebrarse, que sin duda también sucede. Nos rompemos en cicatrices de cortocircuitos corporales, modificaciones de nuestros fractales; nos deshacemos entre reinicios emocionales desvanecedores de microfibras pertenecientes a aquella bola de cristal repleta de macrorrelámpagos, chispas que se apagan en la adultez a través de decepciones o abandonos de inocencia. Pero todo ello no somos, todo ello son repercusiones que nos crea quizá cierta identidad, pero alejada de las profundidades abismales del ser.

"Fragmentos de una autobiografía imposible", de Javier Del Prado Biezma. "Voluntad de horizonte y añoranza de morada. Identidad y alteridad en el viaje existencial literario", la última obra del mismo autor.

¿Cómo se entrometen los viajes entre tanto fractal y/o fragmentario vital? No han de ser necesariamente salidas a la aventura kilométricas, de hecho en muchas ocasiones los más eficaces viajes son de trayectorias con movilidad invisible. Aunque sí se pueden percibir de alguna manera, pues cada cambio producido se refleja manifestando su hueco en la palpable realidad. Pero respondiendo a la cuestión que nos ocupa... esto mismo es un viaje. Así que, inevitablemente, los viajes no es que se entrometan sino que son parte persistente de cada fractal y de cada fragmentario. Quedarse quieto, sin salir, puede ser un viaje con muchos destinos posibles. Moverse demasiado, no parar, puede llegar a ser una ausencia del ser huyendo de la observación hacia la vida. Quedarse quieto, sin salir, puede ser rendición y vacío, puede ser no ser nada. Moverse demasiado, no parar, puede ser hambruna insaciable de estímulos sensitivos e intelectuales.

Decidir viajar todo el rato, decidir seguir creando fractales y fragmentarios. Decidir sin decidir qué decidiré mañana, decidir decidiendo lo que el ayer me obliga a decidir hoy.

jueves, 10 de junio de 2021

Sentipensantes

Anoche, tras la tertulia habitual de los martes del Gran Café Gijón Madrid, María José Muñoz Spínola me citaba por privado a Unamuno: "pasar la razón por el sentimiento y el sentimiento por la razón". Que se retroalimenten con la misma fuerza e intensidad ambos aspectos, que se armonicen haciéndonos sentipensantes. Y ya que abordo a la armonía, estuve en resonancia con María José cuando indicó en su ponencia que requiere tal estado a la hora de crear en su oficio de la arquitectura.

También conecté con sus palabras cuando sacó a relucir al Panteón de Roma, ese templo antiguo que poco le queda para cumplir 2.000 años levantado. Bajo su cúpula estuve una vez, dicen que es la cúpula de hormigón sin armar más grande del mundo. Y no me impresionó precisamente el tamaño ni sus materiales, aunque entiendo que para un profesional de la arquitectura es casi instintivo, lo que me produjo fue una especie de catálisis genética o ancestral. Como si mis células se remontasen a otras de pretéritas generaciones y me reprodujesen cual holograma mental, abstracto, el transcurrir de la humanidad durante tantos siglos. María José, por su parte, contó ayer que cuando se adentró en este edificio su sobrecogimiento le dejó sin respiración y, explica, que la sensación fue de ausencia de sí misma. Resulta curioso que la antigüedad, el arte y la esencia de una obra pueda permanecer intacta y transmitirse del mismo modo que lo hacen sus columnas.
Nombró a muchos referentes arquitectónicos, pero me agradó en concreto lo que María José transmitió con Matilde Ucelay y su esquina madrileña, una de las mejores resueltas: la del edificio Castaño. Conociéndome, no tardaré mucho en ir a contemplarlo para ahondar más en todo lo que le rodea y para averiguar qué sentires me desprende estando a sus pies.
Precisamente en relación directa con la observación, pude indagar en la perspectiva axonométrica gracias a que fue nombrada por una de las participantes en la exposición de María José. Está claro que por mucho que se mire, siempre quedan opciones de gafas ocultas o poco conocidas. Y en mí mismo, ¿cuáles serán los ángulos más secretos, imperceptibles e inesperados incluso para mí? Dime cómo me ves y quizá vaya pudiendo construir un yo más completo. Yo, a María José, la veo justo así: sentipensante.

En el interior de El Panteón de Agripa en Roma
2013



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PODER NO DEPENDE DE NUESTRA CONDICIÓN FÍSICA O DE LO QUE NOS RODEA, PODER DEPENDE DE LA DISPOSICIÓN INTERNA DE CADA UNO. Y YO, ¡PUEDO!
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