Aitor estaba en el hospital debido a que un pulmón se le había parado. Era un chico joven y alegre al que, pese a todo, nunca le faltaba una sonrisa en la cara.
Esta vez, la mala suerte era doble porque se había puesto enfermo en unas fechas muy señaladas, las navidades. Una etapa del año que a Aitor le gustaba mucho y le hacía mucha ilusión vivir junto a su familia y sus seres queridos en su hogar, en su entorno habitual. Aitor sabía que estas navidades las tendría que pasar junto a su compañero de habitación y junto a las enfermeras, y eso le entristeció. Debido al poco espacio de las habitaciones, solo dejaban que estuviesen dos acompañantes por paciente en los días más destacados. Aitor supo desde el principio quienes serían esas dos personas, su madre y su novia Blanca. Sabía que el distanciamiento entre los domicilios del resto de familiares y el hospital, dificultaría que otros fuesen a verle y más con todo el lío de los preparativos para las noches importantes.
Pasaban los días y Aitor iba seleccionando en su mente a las enfermeras que mejor le caían. Al menos, alguna de las enfermeras le hacía pasar un rato bueno contándole anécdotas cuando éstas no tenían mucho trabajo. Una en especial le parecía muy simpática debido a su buena actitud y al buen rollo que transmitía. Ella trabajaba en el turno de tarde y el verla le hacía el día más ameno. Además, gracias a lo bien que le cayó a dicha enfermera Aitor, éste conseguía pequeños privilegios. La enfermera le consiguió una bombona de oxígeno portátil al joven para que pudiese salir del hospital por los recintos más cercanos. Entre ellos, Aitor cogió por costumbre ir a una especie de campo que le resultó, por algún extraño motivo, un lugar muy especial al que ir con su chica cada vez que ésta iba a visitarle. Allí pasaban momentos muy bonitos. Aitor sabía a la hora que le tocaban los antibióticos y diez minutos antes llegaba a su habitación del hospital. Solamente salía cuando estaba aquella simpática enfermera que le daba permiso ya que sabía que la mayoría de las demás no le dejarían ir por normas hospitalarias.
Pero una nueva mala noticia cubrió de preocupación a Aitor. Aquella enfermera tan risueña iba a ser trasladada a otro hospital. Durante los últimos días que pudo disfrutar de aquellos privilegios que le daba, Aitor no hizo más que desear que la que viniese en su lugar fuese, al menos, la mitad de buena que ella. Muy a su pesar, no fue así. A la tarde siguiente de despedirse de su idolatrada enfermera, llegó la sustituta. Una mujer de gran altura y robusta con el pelo liso y cara de pocos amigos. Nada más verla, supo que todos los “chollos” que había tenido con la anterior se habían acabado. Lo que más pena le dio fue el no poder salir con su novia Blanca a aquél campo testigo de ese amor.
Era noche buena y Blanca se había percatado de la situación que tenían rondando por allí la enfermera que tanto imponía. Pero Blanca no podía permitir que su novio pasase una tarde tan especial de una manera tan amargada. Ella pensaba que Aitor ya tenía suficiente con la enfermedad que le había poseído. Por eso, planeó algo. Blanca sabía que la bombona de oxígeno portátil seguía en la habitación, el problema era como podría salir Aitor sin ser visto con tan aparatoso objeto. Pero pensando y pensando, se dio cuenta de que había observado, durante la semana que llevaba ya aquella enfermera, como cada tarde a las seis y media dicha enfermera se tiraba cinco minutos reponiendo medicamentos en la sala que tenían detrás del mostrador de información. Ese sería el intervalo en el que Aitor tendría que salir de allí para no ser visto. Además, sabía que la enfermera no pasaría por la habitación hasta las diez menos cinco, hora a la que les ponía los antibióticos a Aitor y a su compañero de habitación. Así que tendrían unas tres horas y media, aproximadamente, para estar juntos.
Eran las cuatro de la tarde y Blanca comenzó a escribir una nota detallando el plan paso a paso. En aquella carta, destacó algo al final escribiéndolo en mayúsculas “IMPORTANTE: QUEDAMOS EN LOS VESTUARIOS DEL CAMPO A LA MISMA HORA QUE HACE UNA SEMANA, A LAS SIETE EN PUNTO. QUIERO CELEBRAR A SOLAS CONTIGO LA NAVIDAD”. Una vez pensado lo principal, Blanca comenzó a pensar en cómo sorprender a Aitor. Eran las cinco y media cuando Blanca salió de su casa con todos los preparativos en el coche y se dirigió al hospital al que llegó a las seis. Con el paso acelerado, subió a la habitación y estuvo solamente quince minutos con Aitor al que al despedirse, disimuladamente, le dejó la carta en la mano izquierda tapada por las sábanas. Acto seguido, Blanca bajó de nuevo al coche del que sacó todos los preparativos que colocó en ese intervalo de cuarenta y cinco minutos en aquél lugar especial en el que solían ir. Cinco minutos antes de las siete, Blanca tenía todo preparado y se dirigió a los vestuarios de aquel campo que se encontraban a unos metros de donde había preparado todo.
Aitor, siguiendo estrictamente cada paso detallado en aquella carta, logró salir del hospital sin ningún problema. Y lo más importante, sin ser visto por la enfermera. Por algún motivo, Aitor tenía que hacer un poco de tiempo para no llegar antes de las siete al lugar indicado. Así que, decidió ir a una de esas tiendas de al lado del hospital para comprar a Blanca un detallito y un ramo de sus flores favoritas adjuntando una tarjeta especial. Por fin llegaron las siete y Blanca vio aparecer a Aitor. Ambos se dieron un beso apasionado y se intercambiaron regalos. Blanca, muy lista, condujo disimuladamente a Aitor al lugar donde había preparado todo. Éste se quedó boquiabierto cuando vio todo aquello. Había luces navideñas, cintas que acabaron utilizando de bufandas, la nieve les acompañaba, en donde se solían sentar habían mantas calentitas con las que poder acurrucarse, la comida también estaba presente viéndose polvorones y otras muchas cosas… Pero lo que más destacaba para Aitor, era la persona que estaba viviendo ese momento con él, su chica, Blanca. Llevaba ese gran vestido que tanto le gustaba a Aitor y se había colocado una flor blanca en el pelo. Estaba perfecta.
Pasaron las tres horas y media más maravillosas de su relación. Ambos estuvieron muy felices y deseaban que no se les acabase el tiempo pero, una vez más, otro deseo del joven Aitor se deshacía en el olvido.
Después de tres horas de momentos inolvidables, Aitor supo que tenía que volver al hospital antes que se diese cuenta aquella antipática enfermera. Tenía que aligerar el paso pues iba justito de hora para llegar antes de que pasase la enfermera por la habitación a ponerle el antibiótico. Cuando llegó, visualizó el pasillo en donde no encontró a la enfermera, por lo que, supuso que estaría dentro de alguna habitación. Aprovechando, se dirigió a su habitación con el máximo sigilo. Pero, justamente, antes de entrar por la puerta de su habitación, la enfermera le pilló.
El silencio se hizo en todo el sector, el poco ruido de las televisiones se disiparon siendo apagadas por todos para evitar broncas después del grito que oyeron. La enfermera cogió a Aitor y, gritándole, le hizo meterse en la cama de malas maneras. Le quitó bruscamente la bombona de oxígeno advirtiéndole que no volvería a verla. La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo. La enfermera, muy indignada sintiéndose vacilada, salió de la habitación dejando su mala leche presente entre la cama de Aitor y la de su compañero de habitación. Esa noche, Aitor tuvo pesadillas con aquella mujer.
A la tarde siguiente, la enfermera muy vengativa, le puso a propósito potasio por vena sin disolver en suero. Ella era consciente de que el potasio por vía intravenosa debía mezclarse con suero para evitar quemaduras internas. Aitor sentía un gran dolor en el brazo, le quemaba por dentro. No lo soportaba y de la desesperación se arrancó de golpe la aguja del brazo. Con mucha maldad y sin que se enterase nadie, la enfermera le dijo al oído que eso era lo que ocurría cuando la intentaban vacilar. Cuando más tarde fue a visitarle la novia, Aitor le contó lo sucedido y entonces Blanca supo que le tenía que sacar de allí. Habló con la madre de Aitor y decidieron que a la mañana siguiente pedirían el alta voluntaria y lo llevarían a otro hospital. Si la noche anterior había tenido pesadillas, esa noche no pudo dormir.
A la mañana siguiente, con ojeras en los ojos, Aitor le pidió al encargado de planta el alta voluntaria. Como acordaron, llevaron a Aitor a otro hospital para que fuese bien atendido. Una vez que fue instalado en su nueva habitación, la madre le pidió que le escribiese un informe detallando todo lo que ocurrió. La madre y la novia llevaron a la enfermera a juicio por negligencia médica y ganaron el caso siendo indemnizados con una cantidad de dinero. Aitor, por su parte, fue muy bien atendido en el nuevo hospital y pasó una navidad todo lo buena que pudo ser en las condiciones en las que se encontraba. Para él, lo más importante era pasarlas con su madre y con su chica. Con eso le fue suficiente para pasar unos buenos días y recibir una dosis de felicidad.