Él, su hijo, desde ese instante empezó a ser padre. Tenía que protegerla, acompañarla, pensar y hasta sentir por ella. Y ella, la madre convertida en hija, de vez en cuando le devolvía pedacitos de aquel pretérito abrazo. Con cada uno de ellos, ella le transmitía a él agradecimiento y el calor que un hijo precisa de su madre. O, quizá, el amor que un padre requiere de su hija.
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jueves, 28 de noviembre de 2019
Báculo
Publicado por
Abel Jara Romero
en
12:43


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Etiquetas:
Abel Jara Romero,
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