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viernes, 26 de febrero de 2021

Viaje, a un anhelo aún incumplido, gracias a la poesía sensorial


Hace dos veranos mi amiga de toda la vida, con la que he sentido y visto crecer un vínculo infante, adolescente y ya adulto, me preguntaba a la luz de las farolas, jugueteando con la de la Luna, cuáles eran mis necesidades actuales de ocio, de placer, de divertimento. Me asaltaron muchos deseos, unos confesables y otros que no le verbalizaría ni siquiera a ella. Entre ellos, quise entregarle las ganas de poder verme en una noche de verano en la tranquilidad de un ambiente privado pero abierto, como puede ser una casita ubicada a pie de playa, rodeado de sonrisas cómplices y ensanchamiento de almas que siento un poco mías. Visualicé una hoguera en la arena y a algunas de esas personas bailando a su alrededor. Pero también me cautivaban y completaban mi ser las personas a las que contemplaba cerca del crepitar del fuego cuyos estados introspectivos me atraían tanto por sus puzzles y niveles emocionales. Habría de fondo música diversa, por épocas y géneros, que provendría de esa residencia alquilada, pero también música de la que se eriza el vello y estremece por la autenticidad del directo. Porque no podrían faltar esas almas artísticas para que la noche fuese plena. Y mientras seguramente se enrollasen entre sí amigos de distintos círculos sociales, yo estaría permitiéndome unos segundos de abstracción con una libreta y tinta dejándome llevar hasta el éxtasis de la pasión creativa. Sonriendo, viendo sonreír. Sería un instante materializado muy feliz.

Pues esta secuencia, que estoy convencido cumpliré algún día, se reprodujo en mi mente cuando Isabel Montero Garrido le 'dio al play' de su recitar con la poesía "Tablas de madera". Sentí el salitre y la brisa del mar, la danza con los pies descalzos sobre la arena. Sentí la insignificancia que seríamos desde el espacio, apenas sin distinguirnos del grano de arena que nos rodearía, y, sin embargo, yo estaría hallando toda la significación del mundo a sentirse vivo. Ella, Isabel, también estaría. Le visualizo compartiendo con mi madre sentimientos, mientras ambas desde su posición, se emocionarían viendo a sus hijos fusionando inquietudes y dialécticas. Y de pronto, nos recitaría de nuevo esos versos. O improvisaría unos nuevos surgidos de sensaciones que le arrasasen entonces.

Esto consigue la poesía. Esto logró en mí la de Isabel. Enhorabuena, gracias por el viaje.



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Abel Jara Romero

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