¿Cuántas veces nos hemos dado cuenta de estar hablando con alguien sin ser realmente escuchados? Y lo mismo estamos incluso expresando todo el entusiasmo del mundo, nos estamos recreando en una vivencia, pero el receptor se define como tal igual que un caballito de mar vuela al compás de una nube de estorninos. Y lo complicado no es sólo percatarse de cuán fluida está siendo esa transmisión comunicativa, sino también identificar los porqués de que no nos estén concediendo esa atención que se supone procede. Poniendo como opción que la problemática sea de él, que no sea por nuestra parte como, por ejemplo, estar siendo ignorados por ser cargantes, ¿nos podrá la frustración de la alarma activada por sentir esa falta comunicativa, o nos nacerá incluso entonces empatizar en si estará sucediendo algo ralentizado en el universo interior de nuestro compañero de charlas? El orgullo y el ego, tan alimentado hoy día, nos podría llevar a malinterpretar prejuzgando.
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viernes, 23 de octubre de 2020
El caballito de mar y la escucha activa
En este viernes, mientras conduzco por los estrechos pasillos de mi casa a una velocidad que me hace ser consciente de la destreza automatizada en mí por el transcurrir de los años, me aborda un pensamiento sobre las interacciones sociales y sus grados de implicación.
Por todo esto, ha concluido mi pensamiento con el convencimiento absoluto de haber pecado siempre de precavido por cuidar el alma de los demás. No porque sea yo más amable o bondadoso que nadie, sino porque seguramente he vivido desde la constante de no ser perfecto por fuera, pero tampoco por dentro. Y bastante erramos inevitablemente como buenos humanos que somos, como para ir por la vida sin darle un par de vueltas a nuestras elecciones y razonamientos. Eso sí, sin sabotearnos por pensar demasiado. Moderación también para esto.
Publicado por
Abel Jara Romero
en
10:49
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Reflexiones
El barrio vallecano de la capital española es el patio en el que juego y curioseo desde niño: sus árboles me inyectan la sabiduría del tiempo; sus miradores, puentes y cuestas me acercan al cielo que me conecta con el universo; sus carriles bici me brindan el placer de sentirme un poco más libre; su gentío me interioriza lo maravillosa que es la diversidad; y mi existencia dejando rastro por sus calles es la certeza de que pertenezco a una sociedad que me aporta y a la que espero aportar. No obstante, mi alma no se limita a una región, ciudad, país o continente, pues ella pretende enriquecerse ahondando en cada ser vivo que protege nuestro hogar llamado Tierra.
No soy mi nombre, no soy mi físico, ni siquiera soy lo que creo ser. Ando buscando de puntillas descubrir quién verdaderamente soy, pero es que cada instante conforma un yo con sus sutilezas y complejidades.
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PODER NO DEPENDE DE NUESTRA CONDICIÓN FÍSICA O DE LO QUE NOS RODEA, PODER DEPENDE DE LA DISPOSICIÓN INTERNA DE CADA UNO. Y YO, ¡PUEDO!
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Abel Jara Romero