Suave. Parece terciopelo resguardado sobre una caricia de viento. Al remover sus filamentos cobra una rugosidad notable, pero enseguida se vuelve a sentir como el peluche nuevo de un bebé. La delicadeza frágil de su tacto le confiere ser una textura con elevado grado lábil. Su ligereza le concede mantenerse a flote siendo arrastrada por un cálido soplo de tus labios. Es un beso ondeando con forma propia.
No quiero que se rompa, se acaba quebrando. Su deterioro va al compás del dichoso tiempo, no hay modo alguno de repararla. Se deshace, se va desintegrando con la misma magnificencia que contiene en sí misma. Se disuelve, ha desaparecido de lo existente.
¿Cómo se mantiene a raya el recuerdo de la delicadeza sin que un día la mente lo extinga?
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Abel Jara Romero