Esta es la tercera entrada respecto al gran dolor de perder a un ser querido, a mi abuelo.
Al paso de unos meses de su fallecimiento me di cuenta de que yo no lo había asimilado aún, incluso puede que todavía siga sin asimilarlo en su totalidad. Cuando estoy en mi casa o en cualquier sitio en el que fuese posible que estuviese él, deseo con todas mis fuerzas que aparezca, que esté ahí para verle una vez más. Cada vez que voy por el pasillo de mi casa, ese estrecho y de paredes con mucho que contar, y me encuentro a escasos metros de la puerta de mi habitación observando a mi derecha el marco que cubre dicha puerta, sueño con que al llegar exactamente a la puerta y visualizar al completo la habitación esté mi abuelo sentado en mi cama esperándome. Cuando por fin arraso esos pocos metros que me distancian para llegar a la puerta de mi habitación y percibo la soledad de mi cama sin nadie sentado en ella, siento en mi interior una congoja que me provoca un nudo en la garganta seguido de una gran tristeza y desilusión. Muchas veces, antes de producirse ese momento de llegada a mi habitación, algo en mi interior me dice que mi abuelo está sentado en mi cama esperándome para poder verle y darme esa tranquilidad que necesito de saber que está bien. Pero es como si siempre llegase tarde a mi habitación, es como si en esa micromilésima de justo antes de ver al completo mi cuarto mi abuelo desapareciese y no consiguiese verle porque hubiese desaparecido justo antes de dirigir la vista hacia mi cama.
Pero no me rindo, cada vez que voy a cruzar una esquina o que voy a entrar en un lugar deseo con todas mis fuerzas que al pasar esa esquina o al entrar en ese lugar, él esté ahí, porque le siento y seguiré encerrado en ese sueño con el que tanto necesito vivir.
Y es que, el día uno de agosto ha hecho un año desde que sucedió esa pérdida, mi pérdida y la de los suyos. Y fue curioso porque esta entrada la tenía que haber hecho entonces. Pero ocurrió algo, algo a lo que estaba destinado. Y es que justo la noche del 31 de julio al 1 de agosto me caí, me caí y me fracturé las dos piernas, un hombro y me rajé la barbilla. Lógicamente, tuve que trasladarme al hospital y allí he permanecido desde la noche del domingo 31 de julio hasta el martes 9 de agosto. Y os surgirá ahora la cuestión siguiente: ¿qué tiene que ver el haber tenido que estar en el hospital con el tema que estoy tratando en esta entrada? Pues mucho, tiene que ver más de lo que imagináis.
Cuando mi abuelo estaba aún en vida, cada vez que él ingresaba yo por una razón u otra también padecía alguna alteración en mi organismo, o viceversa. El caso, es que en diversas ocasiones coincidíamos en el hospital.
Por esto, creo que estaba destinado a que me ocurriese algo y pasar justo un año despúes del mismo día en el que él falleció, de ingreso en el hospital. Yo, cuando me pasó todo, no presté ninguna atención a la fecha pero pronto me di cuenta. Justo en la mañana temprana del día 1, después de pasar una noche de insomnio total consecuente de los dolores, me dio por observar el móvil y fue en ese preciso instante cuando se afirmó eso de que se sufre más interiormente que físicamente. Había pasado y estaba pasando unos dolores muy fuertes pero no había soltado ni una lágrima. Al mirar el móvil y ver la fecha, mi cabeza hizo una rápida conexión de datos y casualidades y fue entonces cuando una salada lágrima recorrió mi mejilla.
Pero es que, las casualidades no finalizarían ahí. Después de pasar la noche y parte del día en urgencias en estado de observación, decidieron subirme por fin a planta y es en ese momento cuando se produce la siguiente casualidad. Me adjudicaron una habitación en la misma planta donde pasó mi abuelo sus últimos minutos, sus últimos segundos, sus últimos suspiros... Y precisamente en el pasillo de enfrente. Así que, este ingreso ha hecho que recuerde mucho a mi gran abuelo.
Como podréis imaginar, sigo en mal estado pero en mi casa y aunque me ha costado muchísimo realizar esta entrada, sentía que se lo debía a mi abuelo pero también a mí mismo.
¡Jo, tío!; me gusta como enfrentas las cosas, no sólo la pérdida de tu abuelo, sino la caída y rotura de varios huesos.
ResponderEliminarAhora estarás ya en casa, otra vez en la rutina y espero que te recuperes pronto.
Un abrazo enooooorme de tu amigo formulero (y ahora un poco politiquillo).
Conmovedor! Solo quien ha sufrido una pérdida como esa podrá comprender toda la nostalgia, la esperanza y la gratitud que tú pusiste en esta entrada. Un abrazo desde Perú y mis mejores deseos de una pronta recuperación...
ResponderEliminarTu abuelo estará orgulloso de ti allá donde esté.
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