Pintando sobre un lienzo en blanco la noche más oscura del último siglo, los filamentos líquidos rojos de sus brazos simularon la lava rebosante de un volcán activo.
Se le quebró el alma al ser consciente de poder reabrir sus ojos a la vida que no le permitía escapar al descanso eterno. La frustración y la desesperación eran sentimientos agradables frente a lo que en ese instante creció en su interior. No le nació guiarse por la rabia, la rendición era tal que simplemente entendió que su mayor aliado era el tiempo. Comprendió que, aunque fuese de un modo biológico, su ser corpóreo tenía fecha de caducidad.
Se limitó a esperar. Nadie volvió a escuchar los quejidos de su voz; una taza hirviendo o un baño de hielo no alteraba la fachada de su cárcel en forma de piel; le era inexistente cualquier sonido, pues tan sólo importaba dejar de escuchar el de su propio corazón; su cerebro suprimió incluso algunas capacidades instintivas, sus ojos se percibían como cristal a punto de estallar debido al escaso parpadeo; ya no se creaban alarmas en su organismo para mantenerse activo, su estómago ya no necesitaba nutrientes.
Se anuló tanto, fue tal el vacío creado, que en la meta de su ansiado objetivo ni siquiera quedó un rescoldo de paz. Mucho menos, un atisbo de alegría.
Abel Jara Romero
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Abel Jara Romero