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lunes, 17 de septiembre de 2012

Ganador del concurso "Verano 2012"

Ha llegado el momento de nombrar al ganador/a del concurso de éste verano. El relato me encantó por su trama. Además, cumplía con todos los requisitos puestos en las bases del concurso.

Sin demorarme más, aquí os dejo con la gran historia de la ganadora, Akasha Dark.

MI OTRO YO

Canciones resonaban en su cabeza, hoy estaba protegida por sus cascos, por la música que la hacía volar, sentirse libre. Él no estaba, había prometido que estaría allí, prometió que vería lo que ella estaba dispuesta hacer por él, pero nunca apareció. A pesar del plantón ella no decepcionaría al “Dios” que la había elegido para la misión, aunque él no estuviese para verla, eso no la haría echarse atrás, a pesar de que fue él quien le enseñó todo sobre su verdadero “Dios”. Se levantó del frío banco y arrojó el cigarrillo al suelo, con desprecio. Ella no llamaba la atención, se confundía entre las miradas desganadas de gente atrapada por la ansiedad de saber que no podrán llegar a fin de mes, a pesar de vestir de forma tan peculiar: una rasgada falda negra junto con un corset de un verde hielo y unas botas militares.

Las calles ya estaban completamente despejadas, miró su reloj. Dos minutos para la media noche. Sacó su mechero plateado y negro, pero esta vez no pretendía encender un cigarrillo, se dirigió al interior del edificio con sigilo, aunque nadie se sorprendería al verla entrar, puesto que allí solía pasar parte de su tiempo, claro que cada vez entraba menos en ese infierno personal. Cuando al fin llegó al cuarto piso, respiró de forma profunda, pues nunca había usado el ascensor, y metió la llave en la cerradura, abrió de forma ruidosa, esperando tener suerte y despertar al estúpido que ahora debería estar agotado. Y así fue, justo cuando la joven pelirroja se dio la vuelta se encontró con una sombra acercándose a ella.

Una siniestra sonrisa se dibujó en la adolescente, que se había deshecho de su bolso y se dirigía a la cocina, la sombra no se movió, probablemente esperando para regañar una vez más a la joven problemática. Ésta regresó en unos escasos minutos y encendió la luz, dejando al descubierto la imagen cansada y desaliñada de un hombre de cabellos grisáceos y grandes ojeras. La joven se acercó y le sonrió mientras lo examinaba.

- ¿Demasiado cansado para llevarme al infierno otra vez? - Escupió las palabras con una voz muy diferente a la suya, que habitualmente solía ser débil y dulce. Su mirada seguía fija en la figura de su padre, mientras jugaba con el mechero en sus manos, totalmente oculto. - ¿Ya no te gusto? - Susurró mientras se apoyaba contra la pared, apoyando el mechero en su barbilla.

- Rebecca... ¿Sabes qué hora es? - Dijo firmemente el padre ignorando el extraño comportamiento de la joven. Ésta se acercó al padre y siguió jugando con el mechero. Se inclinó besando la mejilla del padre, muy cerca de los labios de éste, después se alejó y murmuró algo que nadie habría entendido, probablemente alguna oración hacia el que ella consideraba su “Dios”.

- Vamos a morir papá… ¿no intentarás violarme por última vez? - Sentenció sin esperar una respuesta, pues sabía perfectamente lo que iba a ocurrir. Rebecca cayó al suelo con su mejilla enrojecida por el golpe, pero ella no mostró miedo. Rebecca sonrió y dejó ver el mechero, mientras mordía la parte superior, por la que saldría el fuego si presionaba el botón. Se incorporó y estiró la mano en la que sostenía el mechero. - ¿No hueles? - Sonrió mientras inspiraba sonriendo. - Gas - Susurró presionando levemente el botón. - ¿Quieres volar? ¿Quieres que volemos, papá? - Murmuró Rebecca mientras miraba hacia arriba y extendía los brazos, como si por hacer eso por arte de magia sus pies se fuesen a separar del suelo.

El padre seguía sin contestar, probablemente soñoliento tras haber pasado todo el día trabajando, pero Rebecca no iba a permitirle pasar sus últimas horas durmiendo, y mucho menos después de haber hecho que su vida se fuese a la mierda. - Esto es por mamá... ella querría que lo hiciese, estaremos todos juntos otra vez ¿la recuerdas? - Murmuró ladeando la cabeza. En sus ojos se habían creado lágrimas plateadas que le daban un aspecto más enfermizo aún. - Te… he… preguntado... ¿¡LA RECUERDAS!? - Alzó la voz Rebecca mientras apoyaba su espalda en la puerta, pasando la mano libre por sus ojos pintados de negro. El padre asintió aún con una mirada fría, ausente.

- ¿¡Todavía recuerdas que sentiste al matarla!? - Gritó Rebecca mientras presionaba un poco más el botón del mechero, ella lo había visto. Había visto como el impresentable que tenía delante había estrangulado a su madre. Ignorando las suplicas de Rebecca. Ahora ella ignoraría sus suplicas, porque sabía que suplicaría por su vida. Era cuestión de tiempo. - Ohh... ¿lo olvidaste? - Susurró acercándose a su padre y acariciando su mejilla, como muchas veces él había hecho cuando ella pedía ayuda entre gemidos de dolor. - ¿has tenido que matar a alguien más para recordarla? - Rebecca bajó su mano lentamente y se quedó quieta dos segundos, con mirada ausente y casi comprensiva, acto seguido alzó su rodilla golpeando a su padre con todas sus fuerzas.

El hombre se encogió casi involuntariamente, cayendo de rodillas. La pelirroja sonrió despeinando su pelo aún más, ahora era ella quien ponía las normas, ella sería quien hiciese sufrir a su padre. Suspiró y escupió en el suelo, muy cerca de su padre. - Me das asco. - Dijo rápidamente mientras empujaba a su padre para que cayese, atando sus manos y sus pies. – Pero, ¿sabes qué papá? Ha llegado mi momento. - Murmuró mientras sacaba una navaja pequeña de su bolsillo. - Primero haré que no te olvides de mí jamás. - Arrastró cada palabra como si le faltase el aire, ahogándose en sus propias lágrimas, recordando cada noche de insomnio y dolor. Rasgó la camisa de su padre con la navaja y le sonrió mientras clavaba el cuchillo en la piel del hombre, sin profundizar demasiado, sólo lo justo como para que aquel hombre deseara no haber tenido hijos.

Los gritos del hombre fueron silenciados por cinta americana, y sus lágrimas fueron a unirse con las de su hija. Cuando la navaja al fin cayó al suelo cubierta de sangre, Rebecca se levantó y cogió un espejo pequeño para hacer que el padre pudiese ver la herida. “Con cariño, de aquella que usaste como si fuese un juguete.”. Se pudo leer en su pecho, detrás de la gran cantidad de sangre que estaba perdiendo el hombre. Rebecca pudo ver el terror reflejado en la cara de su padre, incapaz de creer que su hija estuviese haciendo eso. Entonces Rebecca volvió a coger algo del bolso y sonrió echando algo en el cuerpo de su padre, que hizo que sus heridas dolieran el doble.

- Tranquilo papá... pronto sabrás lo que se siente cuando te arrebatan la vida. - Susurró Rebecca en su oído mientras lamía el filo del cuchillo, en un estado de locura en el que nada era real, todo parecía un sueño para ella. El tiempo transcurría lento mientras la joven de cabellos rojos manchaba sin preocuparse mucho el suelo del pasillo con la sangre de su padre. Algo llamó la atención de Rebecca, que dejó de cortar la piel de su padre para asomarse por la ventana. - “Mierda” - susurró mientras cogía una pequeña lata y le daba algo de beber a su padre, entonces sonrió y volvió a susurrar en su oído. - ¿Sabes lo inflamable que puede ser un cuerpo humano tras haber bebido esto?

Rebecca mostró la lata y dejó ver qué era lo que contenía, alcohol puro. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Rebecca, quien dejó en el suelo el cuchillo, la botellita de alcohol y una especie de bomba con un temporizador. Lo ajustó, dos minutos. - Más que suficiente - murmuró mientras pulsaba un botón y besaba otra vez a su padre, está vez sobre una de las heridas más profundas. Tras eso le sonrió y murmuró algo en otra lengua. - gute Nacht - Creyó oír su padre, “buenas noches” en alemán, lengua que el padre de Rebecca no sabía que ella hablaba. Tras eso salió dando un gran portazo. Antes de bajar el último escalón limpió su cara, pero era imposible limpiar la ropa que llevaba puesta, pues de negro había pasado a ser roja.

Al salir, un coche oscuro la esperaba, sabía que la esperaba porque tan sólo conocía a una persona con ese tipo de coche. La ventanilla se bajó cuando ella estuvo lo suficiente cerca como para poder contemplar esa sonrisa que tanto le gustaba. - mein Schatz - se escuchó una profunda voz. Rebecca entró en el coche y besó los labios que acababan de llamarla “mi tesoro” en el mismo idioma en el que ella se había despedido de su padre. Después apoyó su cara en el cristal del coche para contemplar su “hogar” explotar. Rebecca sonrió mientras su vista volvía a nublarse, como tantas veces había ocurrido. Se apoyó en el asiento del coche mientras volvía a quedarse dormida.

Unos golpes bastantes molestos despertaron a la pelirroja, que yacía tirada en el suelo de una oscura habitación, semidesnuda y cubierta por algo que pronto identificó como sangre. Un haz de luz la obligó a cerrar los ojos, la puerta se había abierto y alguien se acercaba a ella lentamente.

- Hallo schöne - susurró el hombre de cabellos oscuros y tez clara. La adolescente retrocedió intentando tapar su cuerpo. Y repitió lo que el hombre había dicho pero en forma de pregunta, éste sonrió y acarició su mejilla retirando parte de la sangre que aún cubría cada parte de su cuerpo. - ¿No te acuerdas... klein? - Rebecca miró confusa al hombre, dos de cada tres palabras de las que había dicho le sonaban a chino. - Oh… ya veo… olvidaste todo lo que sabías de alemán.. - Miró a un rincón demasiado oscuro como para ver algo, el hombre se levantó y caminó hacia el rincón, cogió algo y se lo entregó a Rebecca. - Dije “Hola preciosa.” - Aclaró el hombre algo molesto mientras Rebecca comprobaba que era su ropa lo que acababa de entregarle. - ¿Y... Klein? - Ladeó la cabeza Rebecca al oír su propia voz, pero más débil y tímida de lo que normalmente sonaba.

- Pequeña... ¿no recuerdas nada de anoche? - Volvió a hablar el hombre de forma pausada, sin mucha prisa. Rebecca cabeceó en señal negativa mientras se apresuraba en vestirse. Una siniestra sonrisa se dibujó en el rostro del hombre. - Eres más bonita sin ropa. - Le sonrió tras decir esa frase, un desagradable recuerdo se posó en la mente de Rebecca. - Tranquila, ya te vengaste de tu padre. -

Aquel hombre parecía leer la mente de Rebecca, pero ella no recordaba haberse vengado, es más, su cabeza estaba totalmente en blanco, como si acabara de formatear su memoria. Con dificultad se levantó ya con la ropa puesta y salió corriendo, presa del pánico de unas últimas palabras que no quiso oír.  - Lo mataste. - Palabras que resonaban en su cabeza, ella había sufrido mucho por culpa de su padre, pero no tenía familia, no tenía a nadie a parte de a él. Corrió lo más rápido que le permitían sus pies y el gran dolor de cabeza, signo de una posible resaca o de un exceso de drogas.

Cuando ya no pudo correr más cayó de rodillas en el suelo, terminando de romper sus medias, alzó la mirada con miedo descubriendo que su casa ya no estaba. Lejos de encontrar aquel piso blanco en el que había nacido se encontró con algo que la desorientó aún más que la noticia de que era una asesina. Un gran solar lleno de cenizas y restos de lo que podría haber sido un incendio o una explosión. El frágil corazón de Rebecca se paró durante unos insoportables y largos segundos. ¿Había matado ella a su padre? Alguien se acercó a la pelirroja, que yacía llorando en el suelo.

- Perdona, ¿es usted Rebecca Schwarz? - Preguntó una voz tras la pelirroja. Ella asintió, aunque no estaba segura, tenía varios recuerdos en los que alguien gritaba “Rebecca” y ella solía contestar. Se incorporó con miedo, limpiando las lágrimas de sus ojos grises. - Me temo que tengo malas noticias. - Empezó el policía mientras Rebecca se daba cuenta de que nada había sido un sueño, muchos coches patrulla rodeaban lo que antes había sido su hogar. - Tu padre ha muerto. No sabemos exactamente qué ha sucedido. - El oficial miraba a Rebecca de forma extraña, obviamente ya se habría percatado de la gran cantidad de sangre que manchaba su ropa, su cara, su pelo...

- ¿Podrías acompañarnos a comisaría? - Preguntó el oficial poniendo su mano sobre el hombro de Rebecca. Pero ella no escuchó eso, pues tres segundos después se hallaba en el suelo, inconsciente.

- die Welt ist faul - Dijo una voz dulce y extraña, esta vez entendió lo que decía “el mundo está podrido.
- ¡den Mund halten! - Escuchó con asombro como su propia voz mandaba callar a esa voz. La oscuridad lo invadía todo, es algo que sorprendió a la joven, que estaría dispuesta a jurar que ni siquiera habían llegado al medio día.

- Sie müssen die Welt zu töten. - Susurró otra vez la voz dulce, a pesar de no saber que lengua hablaba fue capaz de deducir que la voz le pedía que acabara con todo el mundo. Le estaba pidiendo que matara. Rebecca agitó la cabeza rápidamente con lágrimas en los ojos.
- Lass mich in Ruhe! Sie bestehen nicht. - Gritó encogida, con miedo. Aún sorprendida por su facilidad para hablar ese extraño idioma. “¡Dejame en paz! Tú no existes.” había querido decir cuando sonó aquella extraña frase.
- Sie glauben mir nicht? Öffnen Sie Ihre Augen. verlorenes Kind. - Susurró la voz adoptando un tono amenazador. Rebecca creyó entender que preguntaba ¿no me crees? Quiso gritar que no, pero antes de que le diera tiempo la voz la obligó a abrir los ojos, y la llamó “niña perdida”. Rebecca abrió los ojos con lentitud.

La oscuridad se difuminó levemente, logrando que la visión de Rebecca fuese capaz de identificar dónde se encontraba. El paisaje era muy distinto al de su pueblo natal, tampoco le sonaba haberlo visto antes. - Wo bin ich? - se escuchó a sí misma decir. Repitió la frase intentando que sonara “¿Dónde estoy?”, pero por alguna razón siempre se escuchaba lo mismo: “Wo bin ich?”

- Sieht gut aus. Die Welt liegt im Sterben. - “Mira bien, el mundo se está muriendo”, fue lo que Rebecca entendió al escuchar la frase. El miedo se incrementó al ver una sombra, una gran sombra que resultó ser la sombra de una pequeña muñeca de porcelana. Rebecca se acercó a la muñeca pero parecía que jamás llegaría a su destino. Cuando al fin se resignó la muñeca se movió, sonrió de forma extraña y habló con esa voz que había sonado antes en su cabeza.

- Willkommen zu Ihrem Verstand - Sonrió limpiando su ropa y observándola atentamente. Rebecca estaba confusa ¿bienvenida a tu mente? Quiso preguntar, pero otra vez sus palabras se escucharon en un idioma que no sabía que conocía. La muñeca asintió - Dies ist meine Heimat. - Dijo la muñeca de pelo albino, Rebecca entendió algo así como “este es mi hogar”. Rebecca no comprendía nada, pero cuando más preguntas tenía algo metálico golpeó su pecho.

- Auf Wiedersehen, meine Kleine. - Susurró la pequeña. “Adiós, mi pequeña” las últimas palabras que pudo oír.

- ¡Hedwig! ¡Hedwig! - Gritó la paciente al segundo después de que recuperara el pulso, los médicos sonrieron, la chica estaba viva. Sin embargo la chica parecía tener una crisis, algo en ella no era normal. Al fin abrió los ojos, su cara estaba pálida y se la veía desconcertada. Hasta pasados cinco minutos desde que volvió a la vida no dejó de repetir ese nombre. Cuando estuvo totalmente consciente un médico se acercó a ella y le preguntó por Hedwig, ella negó conocer a nadie con ese nombre. El estado de Rebecca era bastante malo, su corazón había fallado y nadie sabía por qué.

Durante toda la mañana y parte de la tarde, Rebecca permaneció sedada. Al final de la tarde al fin despertó, la imagen que vio la hizo sobresaltarse. Algunos policías entraban en la habitación, obviamente esperando hablar con ella. Pero la ansiedad no se apoderó del cuerpo de Rebecca, esta sonrió al ver a los policías, tenía ganas de “jugar” un rato. Ella debía volver a verlo, necesitaba informarlo de lo que había sucedido, pues la amnesia disociativa no era problema para ella, sino para la “otra cara” de Rebecca, la frágil e inútil que se había dejado torturar sin hacer nada para impedirlo.

- ¿Señorita Schwarz? ¿Podemos hablar con usted? - Habló el oficial de policía más viejo, tenía el pelo canoso y apenas sería cinco centímetros más alto que Rebecca.

- ¿Acaso no estás hablando ya conmigo? - Murmuró Rebecca sin darle importancia a lo que aquel hombre tuviese que decirle. Su mirada era diferente, ahora estaba serio, no como antes, cuando habló con la otra Rebecca. - ¿Lo has descubierto ya? - Murmuró Rebecca mientras ignoraba como el oficial sacaba algo de una carpeta.

- La sangre de tu padre fue hallada en tu ropa y estabas cubierta por ella... - Dijo el oficial haciendo pequeñas pausas. Era muy obvio que habían descubierto cuál era el problema de Rebecca, eso era algo divertido para ella. – Dime, ¿quién eres?

- Es ist unhöflich fragen Sie den Namen und nicht zeigen das erste - Dijo Rebecca sonriendo. El policía sonrió, ya había encontrado a quien buscaba.

- Sí, tienes razón, es de mala educación no presentarse primero. Yo soy Bennet, Robert Bennet. - Extendió su mano esperando que Rebecca se la estrechara. “Ingenuo” pensó ella, ¿de verdad pensaba que le importaba quien fuese aquel policía descerebrado? - alle gleich sind - dijo para sí misma, pues en la mente de Rebecca todos eran peones, todos exactamente iguales. La única pieza diferente era él y su “Dios”.

- Mi nombre es Hauch - Sonrió mientras se incorporaba sin darle importancia a las vías que llevaba en los brazos. - Significa soplo, aspiración insinuar cada cual le da el significado que quiere. - Mordió su labio inferior esperando la pregunta que debía hacer. “¿Mataste a tu padre?” Pero esa pregunta nunca llegó, sino que Bennet se sentó y abrió una libreta. - ¿Quién fue? - Es lo único que dijo, pero no se refería a si había visto al asesino, preguntaba cuál de las dos personalidades había sido.

- Obviamente no fue la estúpida de Rebecca. No fue capaz ni de defenderse - Hauch escupió las palabras algo molesta. ¿Cómo podía dudar de eso? ¿Acaso no era obvio que la esquizofrénica no sería capaz de matar a una mosca? Hauch suspiró mientras prestaba la mínima atención posible a las palabras del agente.

- Pues sintiéndolo mucho Rebecca y tú pasaréis una larga temporada en un reformatorio, o quizás en un psiquiátrico, eso lo decidirá el juez. - Tras eso salió de la habitación, Hauch estaba desconcertada, sólo se le ocurrió gritar para llamar la atención del oficial, que sonrió al comprobar que la reacción era la esperada.

- Bennet... ¿se va? ¿No me preguntará nada? ¿Y si no fui yo quien lo mató? - Empezó a preguntar rápidamente Hauch, en su rostro se podía ver que estaba asustada. Bennet había conseguido traspasar ese muro que la protegía.

- Sabemos que no actúas sola. No eres tan lista como pensabas. - El oficial dedicó una sonrisa a la pelirroja, que odiaba que la ganaran. El policía estaba jugando al mismo juego que había usado ella tantas veces con tantos hombres distintos. - Habían cámaras, cámaras que delataron a tu amiguito alemán. Dime, ¿te mandó él a matarlo o has conseguido una personalidad propia y has decidido matarlo por tu cuenta? - Definitivamente, Hauch estaba tocada y hundida, ella se limitó a hundirse otra vez en la cama de sábanas blancas, en silencio.

- Se hace llamar Teufel ¿me equivoco? - Siguió hablando Bennet, totalmente convencido de que había acertado. La mirada de Hauch estaba perdida en la nada. - ¿No eres un poco joven para él? - Preguntó el oficial tomando notas. - Podríamos demandarlo, tú eres una menor. -

- Halt die Klappe! - Gritó Hauch, aunque no era ella quien hablaba, sino Hedwig quien hacía a Hauch decir lo que quería. La mayoría de veces en las que la pelirroja usaba el alemán era por esta causa.

- Pequeña, no puedo callarme, debo terminar mi interrogatorio. - Dijo el oficial mientras terminaba de tomar apuntes. - Bueno. ¿Entonces fuiste tú quien asesinó a tu padre? - Preguntó de forma directa el oficial. Al ver el vacío en la expresión de Hauch decidió despedirse. - Hablaremos en otro momento. - Sentenció antes de cerrar la puerta y dejar a Hauch vacía, desconcertada y aterrada. ¿Qué pasaría si pillaban a su novio? Estaría perdida, él la necesitaba a ella quizás tanto como ella a él.

Pasaron varias semanas hasta que Rebecca recuperó el conocimiento, por algún motivo no sabía dónde se encontraba, la oscuridad la volvió a cegar, ella necesitaba saber dónde se encontraba. Caminó a oscuras, por suerte justo antes de golpearse contra la puerta alguien encendió la luz.

- ¿Qué te pasa Hauch? - Preguntó una niña rubia que parecía que se acababa de despertar.

- ¿Quién es Hauch? - Las dos parecían bastante confusas. Así que la niña rubia se limitó a explicar más o menos todo lo que sabía sobre aquella situación.

- Llegaste hace dos semanas aproximadamente. Afirmabas llamarte Hauch, aunque los guardias te llamaban Rebecca, me informaron que eras “peligrosa” y que podías perder la memoria con facilidad. Pero tampoco sé mucho, creo que asesinaste a alguien y por eso te trajeron a esta pequeña cárcel para locos. - La niña sonrió, su cuerpo era demasiado delgado y su piel demasiado pálida, podía confundirse con un cadáver sin mucha dificultad. - Aquí las normas son muy simples, debes obedecer y punto. O si no te encerraran en aislamiento. - Murmuró la chica rubia mientras sacaba algo de su mochila, parecían ser galletas, le ofreció una a Rebecca y esta aceptó. – Bueno, yo soy Hoshi, encantada - Sonrió la joven mientras despedazaba la galleta.

- ¿Qué haces? - Preguntó curiosa Rebecca, quien aún no entendía bien porque se encontraba en un psiquiátrico. Ella sonrió y se subió a la litera, abrió una ventana y arrojó los trozos de galletas, la ventana era muy pequeña y estaba arrinconada.

- Librarme de cumplir las normas - Sonrió ampliamente, Rebecca desvió la mirada al comprobar el mal estado de la boca de Hoshi, enseguida supo el motivo de su ingreso en el psiquiátrico, había visto esos síntomas antes. Hoshi no comía. Debía ser eso pues la hermana de su única amiga hacía cosas muy raras, parecidas a las que ella acababa de hacer.

- Bella murió. - Susurró mirando a la nada. Stella la miró confusa y simplemente murmuró un “¿nani?” - Bella... se negaba a comer. Murió, yo la vi morir. - Siguió murmurando enfocando su mirada ahora en la mochila de Hoshi, dónde no sólo habían galletas, había pan, algunas bolsas con comidas indescifrables… Ahí debía estar escondida toda la comida que debería haber comido Hoshi durante el día.

- No te preocupes. No temo a la muerte. - Murmuró Hoshi mientras se tumbaba para cerrar los ojos. Tras eso comenzó a tatarear una canción, parecía una nana sólo que con un toque siniestro. Aquella canción trajo una imagen a la cabeza de Rebecca, una bailarina sin zapatos bailando sobre un cristal roto. Obviamente la sangre mancharía sus pies y el suelo, los cristales se clavarían en sus pies, pero el dolor no importa, ella seguirá bailando y luchando para sentirse bella. Eso había dijo Bella antes de morir, justo así describió la canción que empezaba a dejar de oírse en aquella habitación. – Sayonara, Rebecca. Ama-terasu - Murmuró Hoshi antes de caer en un largo sueño del que probablemente no despertaría nunca.

Rebecca nunca llegó a entender por qué, antes de morir, Hoshi la llamó “Diosa que ilumina el cielo”, aunque tampoco comprendía bien el significado de aquella expresión hasta que se lo explicó el médico que solía ocuparse de ella. Tras aquello empezaron a medicar a Rebecca, el objetivo era que dejase de existir Hauch, pero eso es algo que nunca se sabe...

Además de este estupendo relato, os recomiendo a todos que os adentréis en los blogs de esta gran escritora. "Las palabras siempre son vacías para el que no escucha" y "Un silencio a veces vale más que mil palabras".

Y, como no, aquí te dejo la foto para que demuestres y recuerdes que has salido victoriosa de éste concurso. Espero que nunca dejes de escribir porque lo haces genial. Y ya sabes, siempre que abra un nuevo concurso, me encantará recibir un relato tuyo. Decirte que hay una parte del premio que es a tu elección, mandarte un ejemplar del libro que publiqué firmado y con dedicatoria exclusiva para ti por el modélico precio de 13'68€, tú decides. Un beso y un fuerte abrazo Akasha.


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Abel Jara Romero

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